[Holi 8'D tanto tiempo xDDDDDDDDDD]
Capítulo 1: El Arrebato
“Nuestros primeros hermanos llegaron de Arábica hasta Mesopotamia, eran grupos pequeños pero sabios, en donde el más anciano era quien mandaba.
Cuenta nuestra historia que, en uno de estos grupos, había un patriarca llamado Abraham, quien fue elegido por nuestro Dios Jehová, para sellar un pacto de alianza. Jehová ordenó a Abraham dirigirse a Canaán, tierra que le prometió a él y a sus sucesores, si cumplían con sus designios. Nuestra gente creció, pero siguió separada en 12 tribus. Aun así, siempre que se acercaba el peligro, se unían para enfrentarlo, y gracias a esto, terminamos siendo uno, un solo reino…El reino de Israel.
Por lo que supe, gracias a las historias de mi abuela, hubo un tiempo de gloria en mi pueblo. Mi abuelo y abuela estaban juntos, la gente del norte y el sur estaba unida, todo era maravilloso…la época más feliz de nuestra historia. Pero todo tiene un final, y bastante triste. Tras la muerte de uno de nuestros reyes, inició una fuerte rivalidad entre mi abuelo y mi abuela, todo se volvió oscuro, y ellos se separaron. Mi abuelo Israel era fuerte y grande, un guerrero completo, él se fue al norte y mi abuela Judá no obtuvo mucho, solo un par de tribus que se fueron con ella, y entre esa gente, una pequeña niña que acababa de nacer, pero no era una niña común y corriente, no…todos decían que ella, era el futuro del pueblo hebreo”
6 de diciembre, 1941 – Branderburgo, Alemania.
El cielo estaba gris, se aproximaban las torrenciales lluvias, se sentía el aire frio, de ese que te pone roja la nariz con solo una brisa, no había nadie en las calles, solo una paz perturbadora. La lluvia comenzó a caer, y de inmediato, se sintió unos sonidos de zapatos en la acera, trotando, algunos chapoteos en el agua y solo hasta que se detuvieron, se pudo apreciar el origen de aquellos sonidos. Dos personas, una más alta que la otra, dos mujeres, refugiándose del agua bajo un paradero. La más alta tenia el cabello negro con algunos toques blancos, se notaba de edad y la más baja, una chica morena de cabello castaño oscuro. Ambas tenían algo en común. Aparte de estar completamente empapadas y que ambas llevaban sus cabezas cubiertas por un chal, en sus abrigos largos en la parte del pecho, llevaban un parche amarillo de una estrella de David, en donde en hebreo decía “Judío”. Ambas mujeres eran bien conocidas por ese pueblo, la de edad no era nada más y nada menos que El Reino de Juda y la joven, la pequeña Tirtza o “Tir” como le decían todos, la nieta de Juda e Israel.
La lluvia tuvo compasión de ambas mujeres y bajo la intensidad de sus aguas, dejando que estás volvieran a la travesía de seguir su camino. Siguieron corriendo hasta llegar a una casa en donde les abrieron la puerta de inmediato, al parecer sabían que vendrían.
-¿Qué averiguaron? – Pregunto el sujeto que les abrió. Tirtza por mientras se quitaba el abrigo y toda ropa excesiva, mientras su abuela hablaba con el sujeto.
- Están por iniciar las inspecciones – Respondió Juda mientras se quitaba el abrigo y lo dejaba colgado en el perchero. El sujeto, al escuchar su respuesta se quedo mudo, al parecer el miedo y la desesperación se habían apoderado de él. Juda, antes de hablar, ordenó a Tirtza que subiera a su habitación y la morena, luego de un pequeño gruñido subió, algo molesta.
Mi abuela y el hombre comenzaron a hablar, pero no pude entender la conversación. Siempre fue así. Mi abuela tratando de que yo no me enterara mucho de los problemas a los que nos enfrentábamos nosotros los judíos. Quién sabe por qué…
Comencé a caminar por los largos pasillos de esa casa. Había pasado unos cuantos años desde que esa casa comenzó a ser nuestro escondite. Solo podíamos salir a comprar o a tomar aire fresco a ciertas horas de la noche. Yo no iba a la escuela ni convivía con chicos de mi edad, claro que en ese tiempo, lo segundo era lo que más me preocupaba, y cómo no, si solo tenía 17 años. En todo caso, lo de la escuela no era tanto problema, al menos para mí, ya que una de las mujeres que se refugiaba con nosotros era maestra, y le hacía clases a los niños de la casa, entre ellos a mí. No era la educación que necesitaba, pero al menos aprendí a leer y escribir, a sumar y a restar, que siento que era lo más importante. En cambio mi abuela siempre reclamaba que cuando acabara la guerra, me haría estudiar otras cosas, como leyes políticas y cosas así. Quería que fuera una mujer independiente. Siempre pensé que fue porque ella quedo traumada cuando mi abuelo Israel la dejo.
En fin, en esa casa vivían cuatro familias, una de ellas era la familia que nos escondían, los dueños de la casa. Una de las otras familias eran los Abarbanel, la típica familia de un padre, una madre y dos hijos, un niño y una niña, de tres y cinco años respectivamente. Yo no hablaba mucho con ellos, en especial con los niños, a pesar de que compartíamos “sala de clases”. La otra familia eran los Ber-merat, ellos eran más complicados, el hombre siempre reclamaba por algo, como si no estuviera consiente de nuestra situación, también estaba la cuñada, Rosabel, mi “amiga” y mi “maestra”, siempre charlaba con ella, me prestaba alguno de sus libros y me contaba de la ciudad de donde venía, Berlin. Siempre decía que solo antes de la guerra, era una ciudad hermosa, digna de conocer por todos. Y ya lo tenía decidido, después de la guerra y después de cumplir mis 18 años, iría a visitarla para confirmar tantas historias de mi “amiga” y “maestra”.
Rosabel también tenía un hijo, era de mi edad y se llamaba Isaac pero solo fueron un par de veces que hablé con él, era muy solitario y solo le gustaba ir a la azotea a mirar por la ventana. Rosabel me contaba que no hablaba casi nada desde que vio a su padre morir por los nazis, pero era porque ese hombre era un delincuente, solo por eso…
Después de unas vueltas y un par de saludos a las otras familias, la morena llego a la habitación que compartía con su abuela. Estaba cansada, había tenido que correr bastante y se habría tirado a la cama así mismo, de no ser por las ganas que tenía de terminar de leer un libro de poesía que le había prestado Rosabel hace 2 días.
Así, pasaron las horas. Extrañamente su abuela aun no venía a dormir, pero no le preocupo bastante, de seguro seguía conversando con el chico dueño de la casa. Al cabo de dos horas los parpados comenzaron a pesarle a medida que sus ojos paseaban por las agradables frases de los poemas. Termino quedándose dormida con el libro sobre su pecho. Una vaga molestia llego a su adormilado ser, el hecho de dormir con las ropas algo húmedas, pero estaba tan cansada que no hizo absolutamente nada y solo siguió durmiendo, al otro día podría darse un baño en la precaria tina que poseían, o al menos, eso creía ella…
Eran exactamente las 02:45 de la madrugada cuando unos cuantos ruidos bruscos y algunos gritos la despertaron, sobresaltándose. No se dio tiempo de preguntarse cosas o algo y solo se levantó de la cama, saliendo de la habitación. Todas las puertas de las demás habitaciones estaban abiertas, y cada vez que pasaba por una, veía todo desordenado adentro, las ropas y muebles tirados por doquier, demostrando una clara brutalidad en las acciones de quienes sean los invasores. Sus pasos comenzaron a acelerarse, quería llegar a la sala de estar, ahí vio a su abuela por última vez, pero en cuanto llego, su horror aumento considerablemente. La sala de estar estaba repleta de esos oficiales de uniforme oscuro que vagaban por la ciudad y entonces, vio como un par se llevaba a base de tirones y empujones a Juda.
- ¡Abuela! – Grito sin más mientras comenzó a correr donde ella, pero fue detenida por otro oficial, quien la agarro por los brazos con brusquedad.
- ¡Tirtza! – La mujer se notaba cansada y lastimada, había luchado con todas sus fuerzas tratando de escapar de los nazis, pero ahora estaba acabada. En un momento todo se detuvo, mientras miraba a su nieta con una sonrisa triste y algunas lágrimas caían por sus mejillas - ¡Lucha siempre Tirtza…! ¡Tú eres la esperanza de nuestro pueblo! – Y después de decir esto, miro con rabia a uno de los oficiales que la sujetaba y escupió en su cara, logrando zafarse por unos segundos de los dos. El oficial asqueado y molesto, tomo a la mujer por los cabellos y gritó – ¡Te vas a arrepentir! – Llevándosela fuera de la casa.
- ¡N-No! ¡Esperen! – Tirtza intento zafarse también, queriendo ir a ayudar a su querida abuela mientras las lágrimas nublaban su vista, pero entonces un fuerte disparo proveniente de afuera la dejo helada, pensó lo peor…
El oficial que la sujetaba comenzó a caminar hacia fuera de la casa, llevándola consigo y en cuanto estuvieron afuera, Tirtza confirmo sus sospechas. Juda yacía en el piso, a espaldas del cielo y de la esperanza, mientras un charco carmín crecía y crecía bajo ella. Los oficiales observaban con orgullo su acción, ya que sabían que ella era la tan nombrada “Reino de Juda” pero sinceramente creían que sería un pez más gordo y más difícil de atrapar, quizás los años le jugaron en contra. En cambio la morena observaba horrorizada, su abuela, era una nación ¿Cómo podía morir por un simple impacto de bala? ¿Qué significaba todo esto? ¿Tenía que ver con la guerra y con la decadencia de su pueblo? No entendía, no lograba comprender y al final solo una conclusión llego a su cabeza, su abuela era casi su madre, ella la crío desde que tenía memoria, y ahora… estaba muerta, no podría verla nunca más, no podría sentir sus cálidos abrazos nunca más. Unas gruesas lágrimas comenzaron a caer por el rostro de la israelita mientras dejo escapar gritos llenos de dolor y amargura, ya nada sería igual, nada en su vida tendría sentido, estaba asustada, tenía mucho miedo de lo que pasaría, de sufrir… de terminar muerta.
Después de tanto grito y forcejeo, sintió un fuerte dolor en la nuca seguido por oscuridad y la nada. Los oficiales tomaron el cuerpo inconsciente de la jovencita ruidosa, y a pesar de que se les ocurrieron varias maneras de entretenerse con ella, sus órdenes eran claras. La tiraron sin más dentro de la camioneta junto con los demás y volvieron a sus puestos. Varias camionetas habían llegado a la casa, y ahora todas se alejaban, dejando a aquella casa sin vida, y a varios vecinos asustados.
El cielo no pudo aguantar aquella visión tan triste y comenzó a dejar caer densas lágrimas que acompañaron un tiempo considerable a las camionetas. Algunos prisioneros que se dieron cuenta de esto, se sintieron tranquilos de que al menos el cielo les diera algo de consuelo y empatía.
[Acepto criticas, comentarios, Lovis con tomates (? ideas para el próximo capítulo 8'D alguna idea para castigar (?? okya xDDDDDDDD]
Vie Oct 09, 2015 10:17 pm por María Rayen/ Araucania
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